La experiencia de Cayo Cruz y Cayo Romano fue extraordinaria y la posibilidad de participar, con Daniel Beilinson, de un scouting, única.
La próxima vez, que sin duda la habrá, me encantaría ir por tierra para conocer la campiña cubana de la que tuve un primer y conmovedor vistazo este viaje. El viaje en auto lleva unas seis horas, menos que la combinación de transfers y avión.
Mi habitación resultó enorme, limpia y muy cómoda y el baño, impecable. Los desayunos fueron completos y abundantes y los picnics al mediodía, perfectos. Mención aparte para las comidas de la noche: fueron caseras y exquisitas. Debo reconocer que a mí me gusta mucho más el alojamiento en lugares como La Casona que en hoteles grandes.
El camino entre La Casona y el amarradero, unos 50 kilómetros, se hace muy corto para alguien curioso como yo.
El servicio de pesca es Premium y en esa calificación incluyo al Head Guide, a los guías, a los botes y al amarradero, una postal del paraíso.
Durante los tres días que pesqué en compañía de Daniel y nuestro guía solo nos encontramos con una lancha de guardacostas, ¿qué más se puede pedir?
Tuve el privilegio de recibir unas clases magistrales de pesca con mosca en el mar: gracias, Daniel. Clavé y saqué muchos Bonefish ("Macabís"), pero perdí todas mis oportunidades con los Tarpones ("Sábalos"), incluido alguno de más de 30 kilos. Todavía estoy poco baqueano para estas lides. También tuve la experiencia emocionante de que dos grandes Permit ("Palometas") siguieran mi mosca para despedirse con un pito catalán, como les suelen hacer a los inexpertos como yo. Habrá revancha.
Desoyendo consejos de mi maestro Daniel, el último día armé un equipo #5 y me cansé de sacar Bonefish, verdaderos torpedos plateados frente a ese equipito.
Como dijo Mc Arthur y con perdón de Fidel y el Che: "Volveremos".
Pedro José Güiraldes
Conductor de Patagonic Waters / ESPN
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